31 de diciembre y como si fuera ya una tradición anual, las lágrimas caían una tras otra, hasta llegar a mi boca.
Inevitable era el acto, de emoción desbordada,
de mirar hacia atrás, y de hacerlo
con orgullo,
con ternura,
con amor
y con dolor.
Todo cabía en ese instante.
Sentimientos encontrados y es que todo se junta de repente y toma forma de lágrimas, encerrada en una pieza antes de ponerme maquillaje y vestirme para la cena familiar.
Pero el llanto para mí no es sinónimo de tristeza.
Llorar para mí es liberar lo que está dentro.
Y en ese instante sentí que liberaba lo que aún quedaba de un año profundamente desafiante, hermoso y doloroso por parte iguales.
Y cuando lloro es como si naciera de ahí una visión.
O más bien se ampliara una ya conocida.
Sentí que en esos minutos de liberación, nacía una “yo” aún más suave y aún más poderosa.
Porque durante el 2024 pasaron tantas cosas imprevistas. Tantas que jamás pensé que pasarían.
Pero entre todas las cosas que pasaron y que el mundo podría catalogar como “malas”, me suavicé como nunca antes y reconecté con mi poder como la mujer valiente que soy.
Aunque claro, esto no fue sólo trabajo de un año. Y eso es lo que a veces olvidamos.
La mayoría de nuestros más grandes resultados, vienen de años anteriores (a veces incluso, de toda una vida).
Siempre estamos sembrando hacia el futuro y siempre estamos tomando decisiones que repercutirán más adelante.
El 2024 efectivamente fue el año más suave de mi vida. Bajé mis niveles de ansiedad, resignifiqué la lentitud, abracé mis propios ritmos, incorporé la compasión y reconecté con la ternura.
Pero la semilla de la suavidad no la planté el mismo año. Ni siquiera el año anterior.
Fue algo en lo que empecé a trabajar (quizás) el 2014, cuando me fui de voluntariado fuera del país y la vida me dio las primeras luces de lo que encendía mi corazón.
O el 2017, cuando me salí de una carrera que no me gustaba y me prometí nunca más quedarme en lugares que no me hicieran feliz.
Tal vez el 2020 cuando comencé un proyecto desde cero que me transformaría de todas las formas posibles hasta hoy.
El 2021 cuando empecé una terapia profunda después de años de meter la suciedad bajo la alfombra y avanzar bajo el alero de un positivismo tóxico.
El 2023 que retomé la escritura para compartirla con el mundo y abrazar mi vulnerabilidad desde otros lugares.
Y bueno, sí, el 2024, cuando decidí que no quería depender de fármacos y en vez de eso, crear rutinas alrededor de la suavidad.
Cada decisión me llevó a la otra. Cada paso valiente me abrió el camino y me impulsó hacia algo mejor.
Cada vez que reforcé y valoré quien soy, aparecieron personas en la misma sintonía que ampliaron con su sabiduría, mi visión.
Cada camino en el que me elegí, aún con miedo, incertidumbre e inseguridad, me trajo hasta aquí.
Y cuando hablo de suavidad la gente demasiado pragmática me mira extraño o me lanza un comentario pasivo-agresivo.
Claro, la suavidad no tiene métricas. No evidencia nuestros resultados en números.
A veces es tan imperceptible que ni siquiera percibimos qué tanto nos hace avanzar. O, cuán significativa es su contribución en nuestros avances.
Pero lo hace.
Y para llegar a ella, uff, hay que atreverse. Hay que ir a contracorriente.
Porque el mundo te exige dureza, sacrificio, sobreexigencia.
¿Y si quieres suavidad? Te tildan de lenta, loca o floja.
¿Tienes ansiedad o depresión? Fármacos. Consume muchos fármacos.
Y entonces me pregunto:
¿Somos nosotras, las personas sensibles (o con ganas de suavidad), las enfermas? ¿O es el mundo que se enferma cada vez más?
Te quiero contar una historia.
Una historia real.
De niña recuerdo haber tenido ansiedad.
Me acuerdo de mis dolores de guata.
Me acuerdo de mi nerviosismo exacerbado en el colegio.
Y mi mamá hace poco me contó lo mal que me ponía, cada vez que tenía una presentación en público de teatro, gimnasia rítmica o lo que fuera. Desde el jardín!!!
Post pandemia todo empeoró.
Llegué al punto más crítico:
Crisis de ansiedad a media noche.
Rize S.O.S.
Psiquiatra.
Antidepresivo-ansiolítico.
Hasta que dije basta.
Tiene que haber algo más.
No me trago el cuento de que tengo ansiedad porque “así soy”.
Entonces apareció en mi vida la palabra experimentación.
Y a través de ella, cosas que me fueron haciendo sentido: Diseño humano, terapia somática, encuentros de escritura.
Experimenté con cada cosa que realmente me llamaba y me invitaba a vivir con un sistema nervioso en calma.
Dejé los medicamentos.
Como un acto de profunda fe. En mi, en el camino de experimentación, en el cambio radical de rutinas, pero sobre todo en mi intuición.
Dejé de escuchar audios y podcasts en 1.5x
Volví a leer muchas novelas.
Diario de vida, cada día.
Mañanas lentas.
Pies descalzos después de almuerzo.
Mate hasta las 17 hrs
Menos trabajo, pero más eficiente.
Creatividad. Arte. Espacios creativos.
Pero principalmente, comencé a hacer mucho más de lo que yo quería, y menos de lo que “debería”.
En mi trabajo.
En mis vínculos.
En mi cotidianeidad.
En mi vida en general.
Y esto me lleva a una conclusión que por supuesto no es científica porque no lo soy, pero de una persona ansiosa rehabilitada casi por completo sólo incorporando la suavidad a su vida.
Hay algo en lo profundo.
Algo que no encaja.
Que no va bien.
Que no cuadra.
Y que la ansiedad te quiere decir.
Quizás el mundo te dice que vayas rápido y tu eres lenta.
Quizás te dice que hagas más y quieres hacer menos.
Quizás te dice que acumules más y más y tu quieres sentirte abundante con lo que ya tienes.
O quizás, viceversa a todo lo que acabo de escribir.
Sólo tú sabes.
Y no soy una hippie que piense que no necesitemos jamás de medicamentos ni tampoco estoy en contra de la ciencia (?) (aunque sí creo que la medicina occidental está pésimamente enfocada).
Pero sí creo que hoy nos vamos desconectando cada vez más de la suavidad y de la espiritualidad.
Sí creo que a este mundo le sobran ganas de indagar en la inteligencia artificial y le falta coraje para indagar en su corazón y escarbar en su dolor.
Y no, no creo que en la vida vengamos a sufrir, ni que todo tenga que ser cuesta arriba, para nada.
Pero sí creo que hay que aprender a sanar atravesando el dolor e integrando las sombras. Esa es la verdadera aceptación y superación.
Lo demás, es anestesia.
Y la anestesia jamás cura un dolor de verdad, ni sana de raíz,
porque no es su función.
Y creo que esa es una pregunta poderosa que siempre vale hacerse en la vida:
“¿Qué me está anestesiando hoy?”
Sea lo que sea, reemplázalo por suavidad.
No sana de por sí, pero te ayuda a transitar lo que sea que te pase en la vida, con lo que realmente te mereces:
mucho amor.
mucha ternura.
mucha compasión.
Vínculos transparentes y expansivos.
Y un sistema nervioso en calma.
(Amén)
PD: Suaves y Poderosas ya abrió sus puertas y sería hermoso que te unieras! ☁❤️🔥🏹
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Nos encontramos ahí!!! Qué emoción 🥹 Pau
Awwwwww Pau. Te leo y uff directo al alma. Gracias porque tus palabras son ese suspiro que necesito hoy, ese recordatorio, esa verdad que ya sé pero se me olvida mantenerla firme.
Tal cual, Pau 🫀✨