Acabo de terminar un libro, y como hacía tiempo no leía a un autor -hombre- y además chileno, comencé a buscar por internet parte de su biografía.
Encontré algunas entrevistas y me imaginé presentando mi libro en México y España, así como él, y de repente, me sentí poca cosa.
El otro día en una sobremesa, los hombres estaban discutiendo ya casi acaloradamente sobre política. Quise dar mi opinión, y cuando lo hice, hubo un mini silencio y de nuevo, me sentí poca cosa.
Al estar rodeada de gente con miles de títulos y postítulos; de profesiones “importantes”, no sólo me he encontrado sintiéndome poca cosa, sino queriendo adornar lo que soy, o lo que hago, para sonar “importante”.
También me ha pasado al sentir que evalúan algo que digo, o escribo.
No me gusta sentirme evaluada. Me intimida, me persigo.
En momentos emocional o financieramente bajos, o en las fases premenstruales de mis ciclos…
Tantas veces me he sentido poca cosa, chiquitita, insignificante. Y tal vez en ese intento de habitarme o expresarme segura, clara y asertiva, he pasado a sonar egocéntrica, dura o pesada.
No sé, es la explicación que busco.
Otras veces sí, me siento grandiosa; que puedo comerme el mundo.
Que he estudiado y leído tanto, que puedo opinar con seguridad.
Pero tengo claro que eso no es para siempre. No es una constante en mi vida.
Yo creo que han sido muchas más las dudas que las certezas. Aprendí de hecho, a amar las preguntas (¿por eso quizás, me dedico al coaching?).
En fin, todo esto porque hace unos días una persona me describió así:
“con tendencia al ego y a avasallar”.
No sé si fueron sus palabras textuales, pero así las recuerdo.
Y me dolió porque no era una persona cualquiera, era una persona que quiero.
Le pregunté por qué. No me supo explicar.
Lloré.
“Aunque tal vez tiene razón”, pensé.
Lo que me dio pena fue que entre tantos calificativos que siento que me definen, eligiera esos.
Me dio pena saber, que en el intento de ser una adulta que dice lo que piensa con seguridad y certeza -dejando de lado a esa niña tímida que todos pasaban a llevar y que alguna vez fui- me esté yendo probablemente hacia un lado que no anhelo.
Pienso en cuántas veces me ha temblado la voz para decir algo que me importa.
Cuántas veces me han salido lágrimas diciendo algo que me cuesta, pero que quiero decir.
Me pregunto si los hombres se cuestionarán tantas veces, antes y después de hablar.
Si dudarán tanto de su forma de ser.
Soy de carácter fuerte, sí. Un carácter que he ido forjando con el paso de los años. Y que hasta el día de hoy me hace pensar que si fuera más callada me haría ser menos cuestionada.
Porque siempre me he sentido cuestionada. Por cuánto hablo, qué hablo o cómo lo hablo. En cada etapa de mi vida y en distintos rangos.
Ese día escribí en mi diario.
Y quiero compartir algo que hoy volví a releer y me hizo emocionar:
“…es verdad, a veces me expreso mal y me desregulo al hablar porque soy mujer, tengo un afán perfeccionista, me cuestiono mil veces antes de hablar y tengo el trauma de querer que me perciban inteligente. Pero a pesar de todo eso, tengo un corazón inmenso. Soy generosa, empática, honesta, íntegra, sabia, creativa, y tengo muchas cualidades más.
Así que si con algo me quedo es que sí, debo seguir trabajando en la aceptación de mi misma, quizás incluso para siempre. En la seguridad de mi y de mis decisiones. Pero al final del día, sé quién soy, y no tengo que permitirme dudar de eso por lo que otros me digan, aunque sea mi hermano, papá, mamá o amiga”.
Y como la vida es una sincronía, justo estamos leyendo a Brené Brown en el Club de las Soñadoras.
Voy a citarla (ojalá puedas leerla en calma):
“…descubrí que, tanto para los hombres como para las mujeres, el hecho de que sus opiniones, sentimientos y creencias entren en conflicto con las expectativa culturales asignadas a cada género supone una lucha.
Por ejemplo, la investigación sobre los atributos asociados con «ser femenina» revela que algunas de las cualidades más importantes para las mujeres son ser delgada, agradable y modesta[1]. Eso significa que si las mujeres deseamos apostar sobre seguro, debemos estar dispuestas a mostrarnos todo lo pequeñitas, calladitas y atractivas que nos sea posible.
Al analizar los atributos asociados con la masculinidad, los investigadores identificaron que lo importante para los hombres era lo siguiente: el control emocional, la primacía del trabajo, el control sobre las mujeres y la búsqueda de estatus[2]. Eso significa que si los hombres quieren apostar sobre seguro, deben dejar de sentir, empezar a ganar dinero y abandonar cualquier posibilidad de mantener una conexión significativa.
El caso es que... la autenticidad no es siempre una opción segura. A veces, elegir ser uno mismo en lugar de intentar gustar significa correr riesgos; implica salir de la zona de confort. Y créeme, como he salido de ella en muchas ocasiones, estoy en condiciones de afirmar que cuando deambulas por territorios nuevos es fácil que te derriben.
Resulta sencillo atacar y criticar a alguien que está asumiendo riesgos, como dar voz a una opinión impopular, compartir con el mundo una creación original o intentar hacer algo nuevo que aún no domina. La crueldad es barata, fácil y vertiginosa. También es cobarde. En especial cuando se ataca y critica de forma anónima, tal como la tecnología actual permite hacer a tantas personas hoy en día.
Mientras luchamos por ser auténticos y valientes, es importante que recordemos que la crueldad hace daño siempre, incluso cuando las críticas faltan a la verdad. Cuando vamos a contracorriente y exponemos nuestra obra y a nosotros mismos ante el mundo, algunas personas se sienten amenazadas y nos atacan donde más nos duele, como nuestro aspecto, nuestra capacidad para ser amados e incluso nuestra forma de educar a nuestros hijos.
El problema es que, si no nos importa en absoluto lo que pueda pensar la gente y somos inmunes al dolor, también somos ineficaces a la hora de conectarnos. Tener coraje significa contar nuestra historia sin ser inmunes a las críticas. El hecho de mostrarnos vulnerables es un riesgo que debemos asumir si queremos experimentar la conexión.
Si te pareces a mí, es muy probable que la posibilidad de poner en práctica la vulnerabilidad te intimide; nadie duda de que exponer nuestro verdadero yo al mundo conlleva un riesgo. Pero estoy convencida de que, cuando ocultamos nuestros dones y a nosotros mismos de la vista de los demás, el riesgo que corremos es aún mayor. Nuestras ideas, opiniones y contribuciones no expresadas no desaparecen; por el contrario, lo más probable es que se enconen y socaven la sensación de que valemos.
Yo creo que deberíamos nacer con una etiqueta de advertencia similar a las que aparecen en los paquetes de cigarrillos: «Aviso: si comercias con tu autenticidad en aras de tu seguridad, puedes experimentar los siguientes síntomas: ansiedad, depresión, trastornos alimentarios, adicciones, rabia, culpabilidad, resentimiento y amargura inexplicable».
No merece la pena sacrificar lo que somos en favor de lo que otros puedan pensar”.
Entonces, creo que al final del día, prefiero que me llamen avasalladora por decir lo que pienso, a quedarme con las ganas de decirlo.
En esta etapa de mi vida me elijo ante todo, con mis dones y mis imperfecciones.
Y en este mismo camino, elijo seguir acompañando a mujeres para que conecten con su voz más auténtica.
Y a nunca callarse, por miedo a expresarla.
Te leo. Y sabes, no solo conecto por los momentos en que me he sentido poca cosa por lo que opinaba, por las emociones que no expresaba o por los momentos en que el perfeccionismo me ha llevado a extremos donde no he honrado mis dones. Conecto también en cuestionamientos y cualidades que compartes, más en especial por convicciones.
No sé si te lo he contado antes directamente: mis ideales, mis creencias como emprendedor, mi visión de impacto, tienen base en la misión de que más personas se expresen desde su voz auténtica.
Que no callen esa voz, que no la sientan poca cosa, que reconozcan su poder, que su voz y su esencia no están rotas, que opinen con empatía y propósito. Sí, también que sus palabras se sientan “avasalladoras” con aquellos que siguen preservando constructos sociales que van en contra de la igualdad, de la soberanía individual y la consciencia colectiva. Recordarles que, al honrar su voz de esta manera, nunca se sentirán solxs.
Y aunque soy mexicano, estos ideales se revelaron cuando la vida me llevó hace 10 años a conocer a 2 emprendedoras chilenas —del Valle de Colchagua— a quienes acompañé a expresarse desde su voz auténtica, con suavidad y valentía, para no solo generar un impacto local con sus emprendimientos, también un empoderamiento inspirado en su storytelling, el amor propio, su singularidad y sus propios ideales.
Por ello también tengo más afinidad de acompañar a mujeres en su ruta auténtica para reconectar con su voz, ser las protagonistas de una nueva narrativa. Porque encuentro en ello un sentido de propósito más elevado por el impacto que sé que tiene alcanzarlo y lo que significa para el mundo que más mujeres lo logren (especialmente unidas).
Gracias por tu vulnerabilidad y honestidad en esta reflexión. Gracias por este llamado desde tu voz auténtica.
Gracias por este post. Me sentí identificada en cada palabra. 💖